lunes, 25 de enero de 2016

Et lux in tenebris lucet... sine die.


Recuerdo cuando me sumergía en la bañera en Conde Duque y apoyaba mis pies en la pared del desagüe sobresaliendo del agua. Me venía a la cabeza ese estupendo cuadro de Frida. En el nuevo hogar sólo puedo representar semejante estampa si consigo un barreño lo suficientemente grande que quepa en el plato de ducha. Se acabaron los baños de agua. Llegaron los de luz. 

Porque si algo tiene la nueva casa, la nueva etapa, la nueva vida es más luz que antes. Más luz reflejándose en las cosas, en las personas y en el propio entendimiento, que estuvo apoltronado un tiempo. No le culpo, en la otra cabaña anochecía mucho antes y hay por ahí gurús que dicen que eso afecta al bio-ritmo.

Una luz cegadora (como la de Silvio) pero de esas a las que echas un pulso sin usar las persianas, sin tirar de gafas de sol. Abiertamente. Y más que cegarme,  cegó. A todos los que se habían dejado las gafas en casa. A esos que en seguida echan las persianas.  Por el camino me rasqué un poco de más los ojos, pero no se me cayeron al mirar. Y mucho menos al ver por fin lo que había tras los destellos. Nada. Los cuerpos emiten la luz que queremos darles. Y yo a algunos les supe encontrar el OFF. Ya si pronto o tarde, no importa. 

El patio es como una previsión del tiempo en directo. Ya no hay que asomar la cabeza por la ventana a un espacio que te muestra un trocito de cielo estadístico: debía confiar, entonces, en que la nube que culminaba el patio tenía el tamaño de todo Madrid, y no el de mi edificio, para saber de qué disfrazarme ese día. Debe ser cosa mía porque, aún con la perspectiva del nuevo patio, a veces todavía me equivoco... 

También quiero cosas a la velocidad de la luz que van más bien a la velocidad en que mi radiador calienta el salón de casa. Dispuesto y constante, pero despacio.

Hoy he leído que la peor estrategia de un blog es escribir sobre cualquier cosa. Debo tener poco de estratega. O pocas ganas de concretar. 


jueves, 18 de junio de 2015

UNO

Un año. Eso hace de un montón de cosas. Chile nos eliminó del mundial. Esa es la primera. Recuerdo un dibujo que hice en mi pizarra (que funcionó a modo de precuela del posterior #mipizarradice en mi instagram) que fue un mal pronóstico del partido. Perdimos, eso ya lo he dicho.  Y luego pasaron otras cosas. Y personas. Y ahí ganamos. Y finalmente, los que corríamos por la banda, fuera del partido, también perdimos. Unos más que otros, eso poco importa. Los recuerdo bien, pero se me presentan a medias, más como sombras cavernosas. Lejos de la hoguera. 

Uno. Qué rápido pasa el tiempo. Qué importante es no desperdiciar un segundo, ni una experiencia, ni perderse a una persona. Especialmente aquellas que tiran de su sombra y al fin se muestran dibujando sin miedo una línea, no sé si clara. Pero firme. 

Fin.

lunes, 9 de febrero de 2015

Calor casero a la sombra del ombú.

Hace unas semanas me llamó Lola. Nos conocimos hace ya varios años en Lisboa. Laura, Willy y yo nos fuimos de viaje un fin de semana loco. Y lo pasamos bien: fados, pescado, Torre de Belén, Palacio Da Pena, Cascais...el lote completo. Y una noche de calles llenas de gente nos conocimos. Ya ni siquiera recuerdo si nos alojábamos en el mismo hostal (desde aquí recomiendo: Lisbon Poets Hostel, genial). Pero de allí me llevé a Mercé, Rufo, Carme y Lola.

Pues eso, hace unas semanas me llamó Lola. Y me dijo: "Nena, sal a hacer fotos, baila, ESCRIBE" Escribe, dijo. Qué tía... Creo que desde noviembre acumulo más de 5 abortos literarios en la página de administración del blog. Y unas ganas tremendas de migrar a Wordpress (pero eso es más laborioso incluso que sentarse a escribir). 

Así que he decidido hacer lo que nunca he hecho como "blogger": recomendar cosas. Porque yo cuento siempre lo que me sale de las narices os resulte o no interesante, por el mero gusto de escribir. Pero cuando Lola me dice desde su zen lo de la escritura y las yemas de los dedos titubean más sobre el teclado de lo que lo hacen sobre mi piano abandonado, hay que tirar de cosas que se cuenten solas. 

Como OMBÚ, la tienda - taller de Jaime. Recuerdo cuando volvíamos a casa juntos después de But (jaja, qué tiempos...) y de todas las niñas que le rondaban, porque Jaime era y es muy guapo. Y ahora es como un naúfrago (sólo por la barba y el mono de trabajo) dandy que navega por las calles de Malasaña con un perro callejero que recogió y que custodia la puerta del taller. El caso es que la historia de Jaime tiene un montón de paradas: la restauración, la escalada, viajes de esos que dan envidia y la de ahora: el diseño y venta de muebles (propios y ajenos). Que más que muebles son trocitos de casa, pespuntes finales para rincones en construcción. Esa pieza que completa. 

El otro día me pasé a saludar (hacía que nos nos veíamos más de lo que recuerdo) y me estuvo contando y enseñando. Y apenas le miraba porque a medida que iba viendo cosas hacía lo mismo que con los cuadros en los museos: pensar en qué huequito de casa quedaría bien. Desde la cerámica de AMASARTE, hasta las estanterías y lámparas que Jaime ha diseñado con motores, y otros materiales salvados de un tedioso reciclaje, a los que dio una segunda oportunidad, marcadas a fuego como MATO. Y custodiadas desde lo alto por las máscaras de FELIPE MEDRANO, que son la bomba. 

En OMBÚ hay medusas que cuelgan del techo, una rueda del i-ching, microjardines en frasquitos de cristal y unas lámparas increíbles. Están también las bonitas fotos de Pablo Caruncho y la colección de insectos disecados más original que he visto hasta el momento (durante el rodaje ninguno sufrió daños). Y si miras al suelo hay magia. Pero eso ya lo cuenta él.  

Que nadie se lleve mi lámpara.  Por cierto, esto es un ombú.

(Fotos: prestadas de la web)



Esta es.



Lámparas de MATO.


Cerámica de Amasarte.

Jardincito con tótem. Pret-à-porter.